martes, 4 de febrero de 2014

El pecado original es una alpargata al lado de lo que yo tengo que soportar

Antes de que sigan leyendo el blog, me siento en la obligación de advertirles que estoy maldita. Seguramente soy descendiente de Felipe IV el Washitorico Hermoso y la maldición que le echó el gran maestre de los templarios no se perdió con mi desaparecida genealogía real. Es la explicación más lógica y racional para el cruel hado que he tenido que sufrir desde hace años, del que soy absolutamente inocente: mis celulares cagan.

Las leyendas cuentan que una núbil y hermosa criatura nacería al norte de la tierra de Arauco y que se la reconocería por sus saltones ojos, y que esta fémina acarrearía la más nefasta desgracia a cuanto celular, ladrillo o esmarfoun, nuevo o usado, cayera en sus manos manchadas por la maldición. ¿No me creen? Entonces explíquenme cómo es posible que:

- Me hayan robado robado de la cartera tres celulares, un semi-ladrillo, un iphone y uno que me duró menos que un candy, por suerte, porque windows phone es un sistema operativo creado en el infierno. O sea, uno, ok, dos, pucha qué volá, pero tres ya es como para empezar a sospechar influencias sobrenaturales. Tampoco es que anduviera turisteando por una fabela con la cartera abierta a medianoche, digo yo.

- Uno de mis celulares se me haya perdido en el colegio a una semana de que me lo regalaran y, después de recuperado, haya aguantado apenas unos meses antes de tratar de suicidarse tirándose a un WC en campus oriente. Y sí, metí la mano al water de un baño público para rescatarlo. Todavía la sumerjo en cloro-gel de repente.

- El mismo protagonista del punto anterior, al ver que su intento suicida había fallado, haya saltado del tercer piso de la facultad de letras. Abajo algunos buenos samaritanos recogieron sus restos mortales y, cuando lo re-armé, funcionaba perfecto. Cosa que pude comprobar cuando días después se me quedó en la secretaría de filosofía (qué chucha hacía en filosofía, hueón?) y también me lo devolvieron.

- Pensando que la tercera era la vencida, susodicho lo haya vuelto a intentar sin éxito. Hay que aplaudir la tenacidad del suicida frustrado, que decidió que ahora sí que no soportaba seguir viviendo y se tiró a los rieles del metro en Baquedano. A propósito, ¿cachaban que además del peligro de que los aplaste el tren hay que evitar caerse porque el riel está electrificado? Le pasaron no uno, sino DOS metros por encima y, ¿adivinan?, el perla ni siquiera se apagó. De hecho, veía desde el andén como brillaba y vibraba porque alguien me estaba llamando mientras el transporte público de Santiago se detenía por completo para que fuera rescatado. Así que sorry, esa vez que el metro no pasaba a las 4.00pm hace 4 años fue culpa de mi maldición.

- La última inocente víctima haya recibido una herida que puso en peligro su futuro laboral y su vida -se trizó la pantalla y dejó de funcionar el sistema touch- al caerse, hace un par de semanas, de mi mano, a un metro de altura, sobre maicillo y con la pantalla hacia arriba. La dura, podría haberse caído sobre algodones rosados con olor a flores e igual se habría roto, porque cuando te echa mal de ojo un templario estás cagado. El arreglo costó más de la mitad que el cel mismo.

Entonces, ¿estoy exagerando? No, ¿cierto? ¿¿ACASO ME ENCUENTRAN LOCA?? Y que no se diga que yo soy la que los pone en peligro por gusto, porque hasta me compré un reloj -seriously, ¿quién en el siglo XXI SE COMPRA un reloj? Si te lo regalan, ya, bueno, pero, ¿comprárselo? Solo yo- para evitar sacarlos mucho en público para ver la hora. No sé, debería hacerle una carcasa de burbujas, impermeable y anti-radiación, pero ni siquiera me molesto porque tengo claro que el pecado original me va a perseguir, y conmigo a mis pobres teléfonos sin culpa, hasta el fin de mis días o hasta que me haga hippy y empiece a comunicarme solo con señales de humo y palomas mensajeras. Lo que ocurra primero.

Igual no era feo el cabro.

A todo esto, si les gustan las novelas históricas (algún día voy a asumir que a nadie le gustan más que a mí, pero ese día no será hoy), lo de mi tataratatarabuelo perdido lo pueden leer en el primer libro de Los reyes malditos, de Maurice Druon. Y no, no me pagan por hacer publicidad, más quisiera; solo es bueno.